Bajando por la Cuerda de los Porrones
Este si que es un camino a ninguna parte, del Puerto de Navacerrada a la Pedriza y vuelta. Sobre el papel, 32 km y 2.200 metros de desnivel positivo. ¿Y para qué? Supongo que para vivir momentos de los que cuesta olvidarse, para vivir unas horas de vida intensa. A ver si transmito esas horas desde mi punto de vista de corredor diletante y, casi siempre, corto de preparación para emboscadas como esta.
Me encuentro tempranito con mi tío Ricardo y con Jesús en el Puerto, descarto todos los achiperres que me he traido por si acaso, escuchamos la charla sobre el recorrido, que ya conozco de la edición pasada en septiembre, pasamos el control de chips y a correr. 80 metros llanos y para arriba. Asfalto hasta el puerto y luego a cuchillo hasta Guarramillas o Bola del Mundo. Sin tregua. Media hora viendo los pies del de adelante y primer control y avituallamiento. Ahora sí ¡a correr que es cuesta abajo hasta el collado del Piornal!, pero ¡hay piedras! Puf, no me acordaba. Me estoy echando a perder de no salir a la montaña, no pisaba verde desde diciembre. Le voy pillando de nuevo el aire sobre la marcha. Cuando me doy cuenta ya negociamos la subida algo más tendida hasta la Maliciosa, con calma, disfrutando del paisaje. Este año no se pasa por la cumbre, la soslayamos a la derecha. Se acabó la tranquilidad, pienso. Esta bajada hasta el collado de las Vacas me encanta, todavía me responden mis tobillos y rodillas y la disfruto a tope. Paso a Ricardo, que me cogerá más adelante un par de veces. Una vez en el collado y enfilando la cuerda de los Porrones se entra en terreno menos vertical, llano a veces y noto el "cambio de marcha" con cierta sensación de flojera en las canillas. Me siento algo inestable y, en efecto, en el tramo más fácil de toda la bajada me resbalo y me caigo. Nada grave, un par de rasguños en las piernas. Si digo que soy un diletante (vulgo "torpe") es por algo. Media ladera, bajada por el bosque, vistas inmejorables del Yelmo, cortafuegos, entrada en terreno algo confuso. Me adelanta Jesús, que va como un tiro de menos a más. Ya no le veré hasta la meta. Empiezo a notar una rozadura insidiosa en la planta del talón izquierdo ("con lo que queda todavía" pienso). A pocos metros de Canto Cochino, cataplof, otra vez al suelo. Esta vez ha sido hasta espectacular, pero afortunadamente tampoco ha sido nada, alguna heridilla de guerra que ahora contemplo mientras escribo. El tiempo de corte está en 2 horas y media, paso en 1 hora y 55 minutos. Bien.
El muro final del Ventisquero de la Condesa
En Canto Cochino me coge de nuevo Ricardo mientras bebo en abundancia pues ya se nota el calor a estas horas. Salgo con él hacia el corazón de la Pedriza. El Maestro recomienda calma después de la machacante bajada y le hago caso, además de por respeto a la experiencia, porque no me queda más remedio, mi cuerpo no da más de sí. Luego me acordaré del consejo. Avanzamos un rato por la Autopista trotiandando, al rato miro para atrás y no veo a mi tío. Pienso que me volverá a coger. En este tramo revivo, cuesta arriba no me molesta demasiado la rozadura y supero bien el aperitivo en forma de murete del Collado Cabrón, desde donde prefiero no mirar demasiado hacia el camino de retorno al Puerto de Navacerrada. Me dicen en el punto de control que voy en el puesto 188. Cómo molan estas carreras, vamos en familia. La bajada subsiguiente no es muy técnica, discurre por buena senda y va trazando cómodas zetas, pero empiezo a penar de verdad con la ampollita de las narices, lo cual hace que modifique la pisada con la pierna derecha y la rodilla empiece a avisarme con sospechosos pinchazos. Toca apretar los dientes. Llegada al control de Charca Verde tras un bonito tramo por senda junto al río Manzanares, que remontaremos hasta su mismo nacimiento. Este es el verdadero punto de no retorno de la carrera y donde la mente juega un papel fundamental, es más o menos el kilómetro 18, va uno un tanto macerado, y hay que subir hasta la Bola del Mundo, lo que supone subir unos 1.000 metros de desnivel en 8 kilómetros. Y hace un calor de narices...
Llegando a Bola, el tiempo ha cambiado
Mejor no pensar y ponerse piernas a la obra. El Manzanares baja rugiente, ya no le abandonaremos casi hasta el final. Hace un mes le cruzaba ya remansado y ornamentado en MAPOMA, ahora me desafía de nuevo en mi entorno favorito. Algún tramo de pista, el último donde corro algo, no mucho y se cruza el río por el puente del Francés. Próximo hito: El puente de los Manchegos, control y avituallamiento. La senda serpentea y va ganando desnivel poco a poco sin descanso. Simplemente camino al ritmo que buenamente puedo, casi no hay referencias, se sube encajonado por la garganta. El cansancio hace que me suma en un estado de cierta irrealidad. Vamos varios corredores en fila india y en silencio. Sigo el ritmo cansino del que me precede. Se nubla, me cae una gota, luego otra. Truenos y relámpagos por la zona de Cabezas. Se desata una tempestad de granizo para darle ambiente a la cosa. En un momento dado relevo al andarín de cabeza. Nos alcanza el grupo de Ricardo. Voy en cabeza un rato con la sensación de ir frenando a los de atrás, pero no puedo ir más deprisa y además me estoy helando. Echo de menos el cortavientos que, hábilmente, me he dejado en el coche. Entramos en zona de vegetación alta y cerrada que contribuye aún más a empaparnos. Me releva Ricardo, al que veo fresco como una lechuga. Este hombre es increible. Intento seguirle y más o menos lo consigo hasta el Puente de los Manchegos, con su pista y sus pinos de repoblación. Me tomo mi tiempo para reponer fuerzas. Ricardo parte veloz. A otro que no veré hasta llegar a meta.
La Maliciosa desde poco antes de llegar a Bola
Aquí ya se entra en lo que para mí es la parte más bonita, si bien más dura del recorrido. Es una zona de prados alpinos por la que discurre el alborotado río recién nacido al abrigo de las Cabezas de Hierro y las Guarramillas. Lo mullido del piso hace que la ampolla no sufra demasiado y subo con alegría, ahora ya agradeciendo que se haya refrescado el ambiente. Sólo temo al repechón final del Ventisquero de la Condesa. Pero llegado a este punto pongo ritmo de supervivencia y lo supero sorprendentemente bien, me encuentro cansado pero feliz de estar aquí. Me alcanza un corredor con el que llevo kilómetros haciendo la goma: "Jo macho, hay que ver lo que aguanta el cuerpo humano" me dice. "Ya te digo", es lo único que acierto a contestar. Control de Bola, esto ya está hecho. Sí, pero no. Queda penar un rato por la pista de bajada al Puerto de Navacerrada y aquí afloran todos mis males: Si piso con la izquierda malo porque veo las estrellas merced a la ampolla, si con la derecha peor pues parece que me están taladrando la rodilla. Todo ello acompañado de la sensación de que la piedras se han convertido en clavos que están ahí puestos con el único objeto de torturar mis pies. Bajo con una compostura no exenta de comicidad. Encantador, paso de la alegría al llanto. Pero como no hay males eternos, alcanzo la carretera y mano a mano con el corredor-goma llegamos a meta hasta corriendo y todo. 5 horas y 45 minutos, he mejorado media hora el tiempo del año pasado y he disfrutado como hacía tiempo. Puesto 200, aunque esto a mí me preocupa poco, la verdad. Me reencuentro con Jesús y Ricardo, debutante y veteranísimo, que han hecho una gran carrera y han llegado hace unos minutos. Gran día, muy pleno. Pago con gusto el precio de las agujetas que aún tengo cuando escribo esto.
Mirada hacia atrás llegando a Bola
El control de Bola
Pido disculpas por la poca calidad de las fotos, pero están hechas con el móvil.
Bonita y emocionante crónica. Aunque igual que a ti las agujetas no me permitan olvidar, he revivido con toda intensidad la mañana del domingo. Sin duda una gran carrera.
ResponderEliminarEnhorabuena por el blog, el post y el 3R!!